Dicen que no responden a ningún gobierno. «Somos simplemente Venezuela», se autodefinen. Enfrentan el hambre y la represión.

«No demos pena», dice uno de los llamados «jóvenes de la resistencia» cuando llega una bolsa repleta de pan y sus compañeros de «lucha» se amontonan para agarrar al menos uno. Es que aún con un orgullo inquebrantable, tienen hambre. Sí. Tienen hambre y no tienen nada.

Ahora les queda tan solo su quimera, algunas piedras y la aparente certeza de que su fuerza equipada con cascotes y chatarra podrá doblegar a las fuerzas bolivarianas.

Del otro lado, el chavismo despliega no sólo a efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana, sino también a las milicias civiles, llamadas colectivos, que aterrorizan a venezolanos disidentes.

De este lado, la resistencia quiere abrir el paso para lograr así que la ayuda humanitaria acopiada en Colombia llegue a Venezuela. Pero los hechos que se dieron a partir del 23 de febrero, el 23F o también llamado el «Día D» para Venezuela, indican que ese es por ahora un horizonte incierto.

Pero aún después de la fecha en que las esperanzas de pasar la ayuda de Colombia a Venezuela quedaron al menos en suspenso por los hechos de violencia y la brutal represión que esperaba del otro lado, los jóvenes manifestantes venezolanos que quedaron del lado colombiano de la frontera se niegan a abandonar sus «puestos» (entre comillas, porque no los congrega ninguna organización). Ellos, afirman, son «simplemente Venezuela».

Con esta fuerza caótica, los jóvenes de 19, 20 y veinti-pocos años (muchos de ellos, estudiantes), comenzaron a reunirse, mayormente, debajo de los principales puentes, donde pasado cierto límite comienza un territorio de nadie.

El domingo y lunes, la actividad tuvo foco en el Simón Bolivar, que tiene del otro lado a la localidad de San Antonio de Táchira. El martes el foco estuvo puesto en el puente San Francisco de Paula Santander, que une Cúcuta con Ureña.

La lógica, en ambos días, fue la misma: se agrupan, planean acciones, arrojan lo que tienen a su alcance, queman gomas, tiran de los puentes los objetos que bloquean el paso entre un país y otro e intentan hablar y doblegar a las fuerzas del otro lado. Quizás con la esperanza de convencer a los efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana que están del otro lado.

Pero poco después de que los disturbios comenzaron, tanto el domingo como el lunes y martes, se desató la violencia. Disparos de perdigones, balas de goma, bombas lacrimógenas. El saldo: decenas de heridos (durante este martes, al menos 4 con heridas severas).

«Hoy hablé con mi mamá. Me dio la bendición», dice Johan, un estudiante de 19 años que forma parte de la resistencia en la frontera colombo-venezolana y que fue herido con perdigones también este martes.

De a ratos, en las inmediaciones de los puentes, se arman grandes corridas. Eso suele anteceder a las escenas en las que efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana pasan de este lado para desertar. Aunque la palabra no es estrictamente esa para quienes se oponen al régimen de Maduro, ya que lo que hacen estos efectivos es dejar de acatar órdenes del gobierno que consideran ilegítimo para ofrecer lealtad al pueblo de Venezuela y a su presidente encargado y titular de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó.

A pasos de allí, -e incluso por algunos de los mismos senderos-, miles de venezolanos entran por las llamadas trochas o pasos clandestinos escapando del hambre y la falta de todo. Algunos vienen a comer y a buscar hospital para un hijo, una madre o una abuela. Otros, vienen a buscar medicamentos para pasarlos del otro lado.

Aquí, se encuentran con miles y miles de compatriotas. También con la solidaridad de muchísimos cucuteños que les abren sus puertas, incluso dándoles comida y refugio.

Uno de los puntos más conocidos por los desesperados de Venezuela es la Divina Providencia, un comedor que entrega 8000 raciones de comida por día y recibe a entre 4.500 y 5.000 personas que buscan hacer al menos las dos comidas que ofrecen: desayuno y almuerzo. Según informan desde la coordinación del lugar, 80% de los niños que llegan allí a diario presentan cuadros de desnutrición.

Las escenas se multiplican y resultan por momentos abrumadoras. Una historia cuenta también miles. Un hombre viajó para comprar medicamentos para su madre y quedó varado con su pareja de este lado de la frontera. Ya no tienen dinero para subsistir y se alojan en la casa de una mujer desconocida que decide albergarlos. Comen de lo que ofrecen los comedores. Cerca de ellos, una chica de 17 años carga a su bebé de pocos meses. Cuenta que tiene gripe y que atravesó la trocha para que la atiendan del lado colombiano.

«Tengo que ser valiente. Valiente. La fe nunca la debo perder. Tengo que ser más fuerte. Más fuerte. Subir mi voluntad a otro nivel. Espíritu rebelde. Valiente. Para mejorar este presente y por fin saber lo que se siente ser libre», cantaba el popular cantante venezolano Nacho (referente de quienes se oponen al régimen de Nicolás Maduro) al cierre del Venezuela Aid Live. Las palabras parecen cobrar más fuerza día a día aquí en medio de tanta desolación.

Porque claro que hay que ser valiente para vivir en la convulsionada Venezuela. Y también para huir de ella. Descansar en la esperanza de un futuro mejor (o al menos posible) del otro lado. Creer que se puede ser más fuerte que la propia realidad para vencer el cansancio, el miedo y, sobre todo, el descenso a un escalón más de humillación.

Todo esto sucede, un día cualquiera, en el portal de los desesperados.

  • https://tn.com.ar/internacional/un-puente-los-separa-pan-y-perdigones-los-jovenes-lideran-la-resistencia-en-la-frontera-de-venezuela_943811

2019-02-28T12:52:17+00:00